Por Ismael Mendoza
Es
una vida de lucha incesante.
“Porque según el hombre interior, me
deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela
contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que
está en mis miembros” (Rom 7:22-23).
“Porque
el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la
carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis”
(Gál 5:17).
Dos
leyes diferentes luchando una contra otra en la misma personalidad; dos fuerzas
absolutamente contrarias la una a la otra, luchando por dominarla; ésta es
ciertamente la descripción de un conflicto. Dos naturalezas, la divina y la
carnal, han emprendido una guerra a muerte dentro del cristiano. A veces la
naturaleza espiritual está en alza y el creyente disfruta de gozo, paz y
descanso momentáneos. Pero más a menudo es la naturaleza carnal la que domina y
hay escaso goce de bendiciones espirituales.
Un
ejemplo ilustrará este conflicto tan frecuente. Un niño de seis años tenía la
costumbre de escaparse de casa. Un día le dijo su madre que si se marchara otra
vez tendría que castigarle. No tardó mucho en venir la tentación y el pequeño
se dejó arrastrar por ella. Cuando volvió a casa, le dijo su madre: “Santiago,
¿no recuerdas que te dije que si volvías a escaparte te castigaría?” “Sí” dijo
el niño, “me acuerdo.” “Entonces ¿por qué te has escapado?” preguntó la madre.
Y Santiago respondió: “Fue así, mamá: Cuando estaba en la calle pensando en
eso, Jesús me tiraba de una pierna y el diablo me tiraba de la otra, y el
diablo tiró más fuerte.” El Señor Jesús tirando de un lado y Satanás tirando de
otro, es la experiencia constante del cristiano, pero ceder habitualmente al
diablo y darle el dominio de la vida es la desgraciada condición del cristiano
carnal. ¿Vives tú una vida de tan incesante y penoso conflicto?
Es
una vida de repetida derrota
“Porque
lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que
aborrezco, eso hago” (Rom 7:15). “Porque
no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago”
(Rom 7:19).
El
capítulo 7 de Romanos es la biografía espiritual de alguien. Fue indudablemente
la de Pablo. ¿Pero no podría haber sido también la vuestra y la mía? Nos descubre
un verdadero deseo y un empeño sincero de vivir una vida santa, pero está
invadido por una corriente de derrota mortal; derrota tan abrumadora que obliga
a lanzar aquel grito desesperado en demanda de socorro:
“¡Miserable
de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Rom
7:24).
¿Quién
de nosotros no lo ha lanzado? Hemos hecho innumerables propósitos en la mañana
de un nuevo día o de un Año Nuevo acerca de lo que queríamos hacer o no
queríamos hacer. Pero nuestro corazón ha sufrido repetidas veces la humillante
sensación del fracaso. Las cosas que habíamos determinado firmemente hacer han
quedado sin hacer, y las que habíamos resuelto solemnemente no hacer, fueron
hechas repetidas veces. Pecados de comisión y de omisión, como malos espíritus,
nos acechan en nuestros dormitorios para robarnos aun el bálsamo del sueño. Nos
hemos irritado, hemos sido tan orgullosos, egoístas y desconfiados este año
como lo fuimos el año pasado. Hemos descuidado el estudiar la Biblia y el orar,
y no hemos tenido más celo por las almas hoy que el que tuvimos ayer.
La culpa
no está en la voluntad, porque ésta era muy sincera en sus propósitos y estaba
plenamente decidida a realizarlos.
“Y yo
sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el
bien está en mí, pero no el hacerlo” (Rom 7:18).
Pero
falta un dominio divino sobre la vida del cristiano carnal, y eso trae siempre
la derrota. Puede encontrar liberación, si quiere, pero para ello tiene que
salir de la experiencia descrita en Romanos 7 y pasar a la descrita en Romanos
8. ¿Has conseguido tú esa liberación?
Es
una vida, de infancia prolongada
“De
manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a
carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque
aún no erais capaces, ni sois capaces todavía” (1 Cor 3:1-2).
El
cristiano carnal no crece. Continúa siendo un “niño en Cristo”. Los cristianos
corintios deberían haber sido crecidos, fuertes, desarrollados, capaces de
asimilar alimento sólido; en lugar de ello, eran débiles, sin desarrollo, niños
que se alimentaban de leche. No llegaban, ni en su estatura ni en fuerza, a lo
que deberían haber llegado.
Nada hay
en el mundo que parezca más perfecto a padres amantes, que un niño en los
primeros años de su vida, pero ¡qué pena para los padres si aquel precioso niño
permaneciera en la infancia - corporal y mentalmente! Nada en la tierra puede
compararse al gozo celestial cuando ha nacido un nuevo hijo en la familia de
Dios, como si todas las campanas celestiales estuvieran repicando con el
anuncio de ese nacimiento. Pero ¡qué dolor debe causar al Padre celestial ver
que el niño espiritual permanece en un estado de infancia prolongada!
¿Qué
eres tú, amigo mío, un niño o un adulto espiritual? Para responder a esta
pregunta tendrás tal vez que responder a otra. ¿Cuáles son las marcas de un
niño? Un niño no puede valerse por sí mismo y depende de otros. Un niño absorbe
la atención de los que le rodean y espera ser el centro de su pequeño mundo. Un
niño vive en la región de sus sentimientos. Si todo le va bien, está contento y
sonriente; pero es sumamente quisquilloso, y si su deseo se ve frustrado en
algún punto, bien pronto expresa su desagrado con vivas quejas. El cristiano
carnal tiene las mismas marcas.
En
Hebreos (5:12-14) se nos indica que el cristiano carnal depende todavía de
otros. Debería estar lo bastante adelantado para enseñar a otros; pero,
en lugar de ser así, él mismo necesita que le enseñen, y no ha llegado al punto
en que puede alimentarse de alimentos sólidos en lugar de leche. Está
incapacitado para recibir o para comunicar las cosas profundas de Dios.
¿Por qué
los cristianos corintios tenían estas características de niños? Pablo nos lo
dice claramente en los dos primeros capítulos de su primera epístola a los
mismos. Seguían a líderes humanos, teniendo en más alta estima la sabiduría de
los hombres que la sabiduría de Dios. Trataban de alimentarse con “heno”, en
lugar del alimento sólido de Dios, y pensaban saciar su hambre con cáscaras.
El
cristiano carnal no va directamente a la Biblia en busca de su alimento
espiritual, en la confianza de que el Espíritu Santo le dará alimento sólido
sacado de la Palabra. Para su alimentación espiritual no conoce otro recurso
que los maestros humanos y engulle todo lo que éstos le den. Es un parásito
espiritual que vive de alimento ya digerido, y, por lo tanto, está desnutrido y
anémico. En su débil condición, está expuesto a todas las formas de enfermedad
espiritual. Cae fácilmente como preso del enojo, el orgullo, la impureza, el
egoísmo; y por su estrecha relación con otros miembros del cuerpo de Cristo, a
menudo tal estado de cosas resulta en un “contagio”, o hasta en una “epidemia”
de pecado como la que existió en la iglesia de Corinto. ¿Qué eres tú - un niño
desvalido, o un cristiano vigoroso, capaz de ser utilizado por Dios para ayudar
a otros?
Es
una vida de completa esterilidad
“Todo
pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo
limpiará, para que lleve más fruto” (Juan 15:2).
La influencia
del cristiano carnal es siempre negativa. Por la inconsecuencia de su vida es
incapaz de ganar a otros para Cristo y de dar un buen ejemplo a otros
cristianos. Es, por lo tanto, un pámpano estéril de la vid.
Es
una vida de infidelidad adúltera
“¡Oh
almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra
Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye
enemigo de Dios” (Stg 4:4).
Este es
lenguaje muy duro. Dios dice claramente que cualquier cristiano que sea amigo
del mundo, se hace enemigo de él; más aun: “adúltero” o “adúltera”. Para darnos
cuenta de la fuerza de esta afirmación, debemos saber lo que quiere decir “el
mundo”. Lo que es la Iglesia para Cristo, es el mundo para Satanás. Le
proporciona ojos, oídos, manos, pies; combinados para forjar sus más hábiles
instrumentos con que capturar y retener las almas de los hombres. El mundo es
su lugar de acecho para los no salvos y el cebo o aliciente con el cual procura
apartar de Dios a los salvados. “El mundo” es la vida y la sociedad humanas,
cuando se deja fuera de ellas a Dios. ¿Cuál debe ser, pues, la relación del
cristiano con el mundo? La respuesta se encuentra en la relación del cristiano
con Cristo. Cristo y el cristiano son una cosa. Están unidos en tan absoluta
identificación de vida, que el Espíritu Santo dice que la relación de amor que
los liga uno a otro, es análoga a la del matrimonio.
¿Es,
pues, de extrañar que Dios afirme que la amistad con el mundo, por parte de un
cristiano, equivale a un adulterio espiritual? Concordar con el mundo en sus
placeres, entrar en participación con él en sus propósitos, amoldar nuestra
conducta a sus principios, trabajar para llevar a la práctica su programa, todo
esto hace a un cristiano cómplice del maligno contra su propio Amado. Tan
adúltera infidelidad en el amor, marca a un cristiano como cristiano carnal.
Pero tal
vez preguntes: “¿En qué consiste la mundanalidad?”
“No améis al mundo, ni las cosas que
están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.
Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos
de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del
mundo” (1 Juan 2:15-16).
Aquí se
nos da la piedra de toque de la mundanalidad. Mundanalidad es “todo
lo que no proviene del Padre.” Todo aquello que no sería tan
adecuado a la vida de Cristo en lugares celestiales, como a la vida del
cristiano en la tierra, es mundano.
Mundanalidad
es también “los deseos de la carne,” “los deseos de los ojos”
y la “vanagloria de la vida.” La mundanalidad puede
manifestarse en la conversación, en el peinado, en la manera de vestir, en las
amistades, en los placeres, en las posesiones, en las lecturas, en los apetitos
y en las actividades. Todo lo que sólo alimenta o complace a la carne es “deseos
de la carne.” Todo lo que atiende solamente a las modas del mundo, todo lo que
fomenta el deseo de poseer, todo lo que hace fijar los ojos en lo visible, más
bien que en lo invisible, es “deseos de los ojos.”
Todo lo que exalta nuestro “yo”,
lo que alimenta el orgullo y la pompa y corta las “alas” del alma, haciéndola
arrastrarse por el polvo de la tierra, en lugar de remontarse a los cielos, es “vanagloria
de la vida.”
¿Amas al
mundo y las cosas que están en el mundo? Entonces, eres un cristiano carnal.
Es
una vida de hipocresía vergonzosa
“Porque
en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como
hijos de luz”
(Ef 5:8).
“¿No
sois carnales, y andáis como hombres?” (1 Cor
3:3).
El
cristiano carnal dice una cosa y hace otra; su conducta no guarda
correspondencia con su testimonio. Anda como los que no hacen profesión de ser
cristianos, y por eso no tiene poder para ganarlos para Cristo.
¿Te ha
mostrado Dios tu retrato esta noche? ¿Eres un cristiano carnal? ¿Deseas
continuar siéndolo? Hay esperanza abundante para el cristiano que, cansado de
la lucha, humillado por la derrota, apesadumbrado por el atraso, afligido por
la esterilidad, convencido de su infidelidad y dolorido de su hipocresía, se
vuelve a Dios y clama pidiendo ser libertado de la miserable cautividad de la
carnalidad, y entrar en la gloriosa libertad de la espiritualidad cristiana
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